domingo, 23 de noviembre de 2014

Microrrelato

Llovía estruendosamente. Un coche conducido por un anciano de facciones muy arrugadas y mirada siniestra atravesaba en aquel momento la carretera. Al tomar la curva, el auto comenzó a patinar y dio tres angustiosas vueltas de campana antes de ir a parar sobre un denso matorral, quedando inmóvil con las ruedas girando hacia arriba. Al cabo de unos segundos, el espantoso hombre salió del coche, sobresaltado. Yo no veía nada, a penas sombras moviéndose en la oscuridad, pero no podía moverme de mi escondite y arriesgarme a que me viese. Me daba muy mala espina. El anciano se sentó sobre el sucio suelo de la carretera y sacó una linterna del bolsillo, para empezar a girarla en todas direcciones, supongo que pidiendo ayuda. Pensé que me había visto, pero solamente parecía desconcertado. Me acerqué, le toqué el hombro por detrás, y se giró con una expresión serena, que enseguida cambió al ver trás de mi a `Katnik´, mi robot de compañía. Por su cara de pánico, sorpresa y curiosidad, fui capaz de suponer que era él. Esa misma mañana, leí en el periódico holográmico que el hombre que querían traer del siglo XX, como producto de un experimento, había escapado del tunel dimensional. Caí en la cuenta de que no era un anciano con el estilo de auto y prendas retro, sino que era el experimento más importante hasta el momento. Chillé de alegría. Enseguida avisé y se lo llevaron los robots del centro de recogida hacia el centro de viajes temporales. Pero, aún sigo sin creermelo, fui una pieza esencial en el experimento que marcó esta era, amigo. ¡Soy historia!
- Y este fue el discurso de Anthony Lover, un hombre muy importante de finales del siglo XXI que, sin quererlo, participó en la base de la actual pirámide en torno a la cual se forman nuestras actuales vidas.

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